jueves, 11 de junio de 2009

Relato común V

(Cuarta parte aquí)

Pero las voces tras la puerta estaban equivocadas. Aunque el dolor de cabeza se alejaba como una motocicleta en un largo túnel lo cierto es que su saliva tenía un desagradable sabor eléctrico, los dedos se le agitaban con diminutos espasmos y sentía en las rodillas ese frescor monstruoso que conocía bien.


Cruzó las manos tras la cabeza y observó el techo. Aunque el fresco entraba por un enorme ventanal entreabierto, su cuerpo desnudo sobre el camastro solo estaba cubierto por una diminuta etiqueta en el pulgar del pie derecho, como las de las morgues. La examinó; numero tres. Revolvió la ropa de cama, los cajones de la cómoda, el inmenso jarrón de tulipas junto al ventanal... nada.


Las puertas se abrían con facilidad. Una, dos, tres... no sabía a dónde iba pero enseguida estaba en el jardín ¿o debería decir el parque? dos docenas de hombres y mujeres dispersos conversaban en pequeños grupos, sin prisa, parapetados bajo la sombra de arces nudosos. No parecieron advertir su presencia. Por alguna extraña razón una canción le vino a la cabeza “si me anudas margaritas...” la había cantado en algo muy parecido a la infancia. ¿La suya? No lo sabía con certeza. Tal vez fuera en la infancia de otro.Tal vez en la infancia del mundo todos fueran niños. Aquel pensamiento le reconfortó.


Lentamente, aquí y allá unos diminutos altavoces se alzaron del césped. Sonó música de cámara. Sin sobresalto, aquellos hombres y mujeres interrumpieron sus conversaciones y tomaron una pendiente que llevaba a la parte del parque hasta ahora oculta. Manteniendo la distancia los siguió.


Allí abajo la pequeña multitud rodeó un estanque atiborrado de algas, sombrío tras la ladera. De una diminuta abertura en la piedra salieron una mujer y un niñó, que de la mano avanzaron por el caminito de piedras hasta un islote diminuto en el centro del estanque. “El siempre-niño” pensó. ¿tendría algo que ver con la canción? Entre el gentío no había ni un ápice de solemnidad, pero todos estaban atentos, entre impacientes y divertidos.


-Esta es vuestra hermana, -dijo el siempre-niño- Pero a diferencia de vuestras otras hermanas, ésta verá el mundo.- La pequeña multitud, risueña, empezó a silvar. A Gabriel las palabras se le iban de los dientes; “si me anudas margaritas... harás mi casa bella aunque nadie viva en ella”

(Fragmento por Herr Director)

¿Siguiente...?

(Por cierto, estáis todos como cabras).

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