- Duérmete de una vez.
La voz llenó todo el espacio vacío de la habitación, ralentizada únicamente por la tenue luz rojiza que se pegaba a las paredes.
- Creo que no tengo sueño - contestó el chico despeinado de ojos claros que yacía en la cama.
- Sí que tienes. Duérmete.
Su interlocutor dió una calada al cigarrilo y le miró fijamente, pero el chico pareció no darse cuenta. El segundero del despertador avanzó un paso, y emitió un ruido semejante al de una bomba atómica. Después, el silencio volvió a adueñarse del lugar.
- ¿Cómo quieres que me duerma con tanto jaleo?
- Nos has llamado tú. Si no, no habríamos venido - dijo lacónicamente el chico despeinado de ojos claros que se sentaba en el escritorio.
- Yo no os he llamado, habéis venido porque os ha dado la gana, como siempre - contestó el chico de la cama, molesto.
- ¿Tú crees? - El chico despeinado de ojos claros que descansaba en la alfombra botezó ligeramente.
- Sí. Yo preferiría que no estuviéseis aquí. Así podría dormirme de una vez.
- ¿No acabas de decir que no tienes sueño? - preguntó el chico despeinado de ojos claros que se apoyaba en la puerta.
- Callaos. He dicho que te duermas - de nuevo el chico despeinado de ojos claros aspiró el humo del cigarro, y se acercó a la cama.
- Mirad - dijo él, mientras le daba la vuelta a la almohada - no tengo ni idea de por qué estáis aquí, pero me da igual.
- Claro que sabes por qué estamos aquí, Y si te diese igual, no habríamos venido - dijo la voz del chico despinado de ojos claros bajo la cama.
De nuevo, el segundero avanzó un paso y todos escucharon. Luego, silencio otra vez.
- Dejadme en paz - dijo el de la cama.
- ¿Acaso no quieres saber quien soy? - preguntó el de la mesa.
- ¿Y yo? - preguntó el de la alfombra.
- ¿Y yo? - el de la puerta.
- ¿Y yo? - el de debajo de la cama.
- ¿Quién soy? - dijo una voz idéntica al resto desde algún punto de la habitación.
- No volveré a repetirlo, callaos de una vez - la orden vino acompañada por el estruendo del cigarrillo apagándose contra el cenicero. - Haz el favor de dormirte.
El chico despeinado de ojos claros se cubrió la cabeza con la almohada. Otra vez el reloj.
- ¿No quieres saber que piensan de mí? - preguntó el de la mesa.
- ¿Y de mí? - el de la alfombra.
- ¿Y de mí? - el de la puerta.
- ¿Y de mí? - el de debajo de la cama.
- Ni siquiera saben que existo - dijo la voz de antes.
- ¡Ya está bien! - el chico despeinado de ojos claros que hacía un segundo (literalmente) había apagado el cigarro sacó una 48mm y apoyó el cañón contra la almohada. - Se acabó. Callaos todos ya. Y tú, duérmete de una maldita vez.
De nuevo la habitación se inundó con el sonido de la aguja del reloj.
Un suspiro de resignación salió de debajo de la almohada.
- Odio las noches en las que no consigo callarme.
Historia, familia y lucha obrera
Hace 6 años