Las calles estaban teñidas de ese gris que inunda el mundo cuando llueve sin fuerza, con indiferencia. La gente andaba molesta, acelerada, intentando llegar pronto a su destino para refugiarse. Empezaba a anochecer, y las luces de los pocos coches que circulaban de un lado para otro salpicando a los viandantes se reflejaban en los charcos, dándole un aire irreal a la escena.
Nada me habría diferenciado del resto de gabardinas y sombreros que habitaban las aceras en aquellos momentos, de no ser por mi objetivo. Yo no trataba de llegar a un café para ponerme a salvo de la lluvia, ni volvía a casa de un duro día de trabajo. Yo tenía una misión que cumplir, algo importante. Mucho más importante que cualquier cosa que ellos pudiesen hacer. Tenía que darme prisa.
Atravesé con rapidez la calle, pisando un par de charcos que no parecieron inmutarse al verme pasar, y que volvieron rápidamente a su calma cuando hube alcanzado la otra acera. Mis calcetines, sin embargo, sí se vieron afectados por el encuentro, pero intenté no prestarle demasiada atención al asunto. Torcí en la segunda esquina, y me interné en aquel terrible bosque de paraguas y chubasqueros. Todo era gris, todos eran grises. Las voces, los gritos y los pitidos de los coches se entremezclaban, llenando el aire de una extraña pesadez. De fondo podía escuchar una sirena. A mi lado, una rechoncha señora trataba de llegar a la puerta de los grandes almacenes. Esquivé un paraguas que se dirigía peligrosamente hacia mi cara, e intenté salir de allí por todos los medios. Cuadré los hombros, hinché el pecho, y utilizando los codos fui avanzando como buenamente pude hasta el final de la avenida.
Una vez allí, todo fue más sencillo. Me interné en una estrecha calle secundaria, donde la pendiente creaba tres incómodos riachuelos, y seguí andando sin mucho problema. La zona estaba prácticamente desierta, y tan sólo un par de vagabundos y algún gato aparecían entre las sombras, desapareciendo al momento siguiente como una ilusión. Empezaba a hacer frío, y aceleré el paso hasta llegar al solar.
Allí, en la esquina, estaba ella. Mi objetivo. El tono gris dominante resaltaba el azul de sus ojos y el rojo de sus labios. Su pelo negro, muy corto, brillaba más que nunca empapado por la lluvia. Se apoyaba contra la pared con ese aire despreocupado suyo tan característico, sin prestarle atención a nada en concreto, ni siquiera a las gotas que hacía tiempo habían calado su abrigo beige.
Yo había quedado con ella para decirle algo que cambiaría su vida para siempre. Algo importante en extremo, que le daría un sentido diferente a absolutamente todo lo que había conocido y vivido. Necesitaba decírselo, era imprescindible que lo supiese.
Cuando me vio cubierto con mi sombrero viejo, esbozó una débil sonrisa, distraída. Obviamente ella no se imaginaba nada.
- Hey, hoy has llegado pronto. Raro en ti, normalmente…
-No hay tiempo – la corté.- Tengo que contarte algo.
Su expresión se modificó casi imperceptiblemente. Era como mirar un cuadro con el fondo descolorido, y donde sólo podías fijar la vista en un azul enfermizo y un rojo tentador.
Entonces ocurrió: justo en el momento en que iba a empezar a hablar, algo se movió tras ella. La agarré del brazo con fuerza y la aparté de los ladrillos. Poco a poco, comenzó a surgir una silueta de aquella pared, casi como un relieve. Aquello tenía la forma exacta de los espías de los dibujos animados, con una gabardina cuyas solapas cubrían toda su cara a excepción de dos ojos blancos con un diminuto punto negro en el centro, abrigados por el ala de un sombrero de gangster de los años treinta. Lo más inusual era, sin embargo, que la figura carecía de tres dimensiones, y parecía esbozada en un papel. Su ropa tenía el color de la pared de ladrillos. Nos había encontrado.
Cogí la mano de la chica y empecé a correr con todas mis fuerzas sin pensar en un lugar al que dirigirme. Ella seguía mi ritmo sin decir una palabra, como si se encontrase en estado de shock. Yo miraba en todas direcciones, buscando las calles menos transitadas para poder escapar, pero pronto me di cuenta de algo: daba igual a donde fuésemos. Aquellos espías surgían de las farolas, de contenedores de basura, aparecían de los graffitis, salían de los charcos, cada uno con un camuflaje diferente, y nos seguían sin problemas, como sábanas pasando rápidamente entre la multitud.
- ¡Corre! – grité.- ¡No deben cogernos, si nos cogen se acabó todo!
Ella no dijo nada, y me miró como si no entendiese. Tiré más fuerte de su mano, e hice un esfuerzo por aumentar la velocidad. Teníamos que llegar a mi casa a toda costa. No estábamos lejos, y con suerte podríamos aguantar el tiempo suficiente.
Giramos a la derecha, me llevé a un hombre con bastón por delante, y al fondo apareció mi portal. Ya casi estábamos, sólo un poco más…
Los espías nos seguían como sombras, sin hacer ningún ruido, y pasaban desapercibidos para el resto de la gente. Me abalancé frenéticamente sobre la puerta, intentando encajar la llave en la cerradura como loco. Se acercaban. Escuché un clic, y empujé con todas mis fuerzas. La chica entró sin pensarlo, y cerré tras de mi justo a tiempo de ver como uno de ellos, camuflado de paso de cebra, se estampaba contra el cristal.
- ¡Es el tercero! – y agarré de nuevo su mano.
Con el rabillo del ojo ví como del gotelé de la escalera se despegaban formas, como se levantaban siluetas de los escalones. Aun no nos habíamos librado de ellos. Con el corazón en un puño recorrimos los tres pisos, seguidos muy de cerca de aquellos espías que aun no se rendían.
Esta vez atiné a la primera, y la puerta se abrió sin problema. Cerré de golpe, y me apoyé contra la madera para recuperar el aliento. Estábamos a salvo. Por fin a salvo. Si nos hubiesen cogido…
En ese momento, escuché un pequeño suspiro tras de mi. Provenía de la chica. Me giré despacio, y no pude creer lo que vieron mis ojos: mi salón estaba inundado de ellos. Sentados en los sillones. Detrás de las lámparas. En las cortinas. Apoyados en las ventanas. Tumbados sobre la alfombra. Dentro de la televisión. En la librería...Nos habían atrapado.
Tened mucho cuidado. Hay espías en cada esquina.
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Estaba escuchando esta canción de Coldplay (un grupo al que no había hecho caso nunca y que se ha convertido en uno de mis favoritos), viendo unas fotos en flickr, y me han entrado ganas de escribir. Aunque no tenga ningún sentido.
Historia, familia y lucha obrera
Hace 6 años