domingo, 31 de octubre de 2010

Papá va a matarme

Hoy bailé solo en la habitación
gritando las peores palabras
que el tiempo me ha enseñado.
Prendí fuego a mi ropa,
destrocé los jarrones de porcelana,
salté en la cama hasta partirla.
Mastiqué y escupí
cada palabra que quedaba por aquí.
Arranqué todas las hojas de los libros
para hacer con ellas una hoguera
y seguir bailando hasta la sangre.
Saqué la automática y vacié el cargador
contra la jodida pared, cuánta pared.

Papá va a matarme cuando llegue.




sábado, 30 de octubre de 2010

Escarcha

Hoy hace 100 años que nació Miguel Hernández.


La verdad es que siempre he sido más de Miguel que de Lorca, pero no por su poesía social: para mí es uno de los poetas más humanos que hemos tenido por aquí. Tuvo una vida corta, de las que muchos llamarían "injusta". Supongo que eso suele ser algo habitual entre los escritores, como si la inspiración fuese de la mano del sufrimiento.

No soy capaz de escribir nada que se acerque medianamente a lo que este hombre era, así que no lo voy a hacer.

Pero por si alguno no ha leído nada de él, os voy a dejar algo por aquí: Miguel Hernández tuvo dos hijos. El primero de ellos, Manuel Ramón, murió a los pocos meses de nacer. El segundo, Manuel Miguel, nació poco antes de que al poeta lo encerrasen (murió de tuberculosis en la cárcel). Allí recibió una carta de su mujer, Josefina, en la que le decía que sólo tenía para comer pan y cebolla. Esto afectó tanto a Miguel que se encerró en su celda dos días y cuando salió, recitó de memoria las famosas y geniales Nanas de la cebolla. Os diré también que se las envió a Josefina en otra carta, en la que decía:

Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme...

Bésale los cuatro dientes que le han salido de mi parte, que pronto se los besaré yo con toda mi alma.


Y a su hijo:


Manolillo, hijo, bailaor, forzudo, cuqui de mis entrañajones, da ánimos a tu madre. Pórtate como un hombre, que no se eche de menos en la casa mis pantalones. Póntelos tú y un bigote postizo para que te respeten tu señora mamá y tus tías...


Así que, si no habéis leído las Nanas a la cebolla y puestos en situación, aquí os las dejo. Por cierto, si pasáis por Madrid, la Biblioteca Nacional tiene una exposición, La Sombra Vencida, aprovechando el centenario del nacimiento del poeta. Disfrutad.

Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.
.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
.
Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

domingo, 24 de octubre de 2010

Que no estamos muertos

Algunas cosas deberíamos tatuárnoslas a fuego, para estar seguros de que no las olvidamos.




viernes, 15 de octubre de 2010

Cómo matar un elefante con un poema

Para matar un elefante con un poema es necesaria una precisión absoluta: por todos es conocida su prodigiosa memoria de elefante, y por lo tanto cualquier error en la ortografía, composición o cadencia en la lectura del poema sería completamente fatídico e irreparable.

Se ha de disponer, en primer lugar, de un buen motivo para matar al elefante. Son válidos traumas infantiles, miedo a la oscuridad o a los payasos y determinadas infidelidades. No son útiles, sin embargo, motivos personales con el paquidermo, lágrimas caducadas o cartones de bingo casi completos.

Una vez decidido el motivo, se ha de proceder a la redacción del poema propiamente dicho. Ha de versar sobre temas no muy animados para evitar que el elefante comience a bailar, y tampoco demasiado tristes para que no se convierta en cocodrilo. Suelen dar buenos resultados las conversaciones de ascensor, la luz de las farolas y el amor entre dos lubinas.

El poema contendrá exclusivamente palabras llanas, pues las esdrújulas hacen bostezar a los elefantes y las agudas se les clavan fácilmente, provocando una estampida. Estará formado por diecisiete versos y medio con ciento noventa y dos sílabas y doce tildes en total, y estará escrito obligatoriamente con tinta negra sobre un periódico con dos años y un día de antigüedad.

Para leerlo se colocará al paquidermo con sus cuatro patas en el sueol, mirando preferiblemente hacia el noreste sobre las siete de la tarde (para evitar que el Sol produzca deslumbramientos indeseados), y el lector se situará a unos cinco metros de distancia. Se leerá el poema despacio, a una velocidad de dos sílabas por segundo y prestando especial atención a la entonación, que ha de ser lo más monótona posible, así como a la puntuación, pues seguir leyendo una vez alcanzado el punto final sería imperdonable. Después, se despedirá al elefante con un "adios" cortés pero impersonal, y se esperará a que el animal deje de respirar.

Por supuesto, posteriormente a la lectura del poema es necesario apretar el gatillo de una magnum dirigida hacia la cabeza del paquidermo hasta que el cargador quede vacío por completo. De no llevarse a cabo este último paso, es muy posible que no se logre el objetivo buscado.




P.D.: en realidad no os creais que no me preocupa haber escrito esto...

jueves, 7 de octubre de 2010

Joyas del baúl

Por todos los dioses, ¡qué olvidada la tenía!

Tomad regalazo.




miércoles, 6 de octubre de 2010

Mensajes de contestador automático

Por aquí todo es fácil, mi amor. Ya lo sabes, te lo dije muchas veces. Vivir hoy no tiene mayor misterio. Los que empuñan una pistola son malvados, las espadas dan risa, las palabras son humo. Pero todos sabemos que los malos nunca lo son tanto, hacer reir a otros es una buena acción, y nadie dijo que sólo se mate con objetos contundentes.

Porque ya sabes, mi amor. O te aclimatas, o te aclimueres. Y yo ya me morí demasiadas veces.