Antes de nada, he de decir que no sé de donde sale esta entrada. Simplemente, me han entrado ganas de escribirla, aunque no tenga un motivo concreto.
Hace unos días, tuve una conversación con un amigo en un bar. La típica charla que mezcla algo de política, crisis, estado del trabajo, etc. En un momento determinado, se me cruzó un pensamiento al que no presté demasiada atención en aquel entonces: "¿cuántas veces he tenido una conversación parecida?".
Hoy, sin ningúna conexión, me ha vuelto ese pensamiento y se ha desarrollado él solo. Y se ha extendido a un "¿cuánta gente habrá tenido una conversación parecida?". Y me he puesto a darle vueltas al asunto.
Vivimos en una "sociedad" (palabra que desde siempre he considerado de por sí una trampa, una manera de difuminar el poco individualismo que pueda quedarnos) con la que poca gente está conforme. Podemos elegir, eso sí: vivir para trabajar, o trabajar para vivir. Sinceramente, no creo que ninguna sea la opción correcta. Ahora, por si acaso todo está muy bien controlado por un gobierno (da igual cual sea) en el que la norma es no hacer nada más allá de marear la perdiz, desviar la atención de los verdaderos problemas y que pasa el tiempo señalándo con el dedo a la oposición, que hace exactamente lo mismo. Miles de personas sin trabajo, buscando desesperadamente algo que hacer para poder ganar un poco de dinero, sin una situación estable y viviendo siempre al límite. Y los que tienen trabajo (la gran mayoría, al menos), escurriendo el bulto. Mentalidad de escoba para todos: barro el problema a la derecha, o a la izquierda. Y mientras tanto, todos como auténticas lumbreras pendientes del morbo fácil que nos regalan las maravillosas cadenas de televisión, sobre quién mató a quién, cómo, cuándo, por qué, y la raza del perro del vecino. O sobre quién se acostó con quién en dónde. Cobrando, por supuesto, una millonada por decir cuatro estupideces que el público aplaude como si su vida dependiese de ello. Tal vez hemos alcanzado un punto en el que su vida realmente depende de ello.
Pero lo más terrorífico del asunto es la pregunta que viene después: ¿Y qué le haces?
Con esta mecánica, en la que el dinero se queda con el dinero, con la gran masa embrutecida y estupidizada hasta límites insospechados y vergonzosos, y donde el poder mantiene el poder sin que nadie cuestione absolutamente nada, ¿qué haces si se te ocurre en algún momento preguntar por qué? De manera automática, te encojes de hombros.
Más allá de ideologías políticas o religiosas, de cruces, lunas, estrellas rojas y demás parafernalias, ¿cómo hemos podido llegar a algo así?. ¿Dónde me quejo, a quién?. No quiero esto. YO no, al menos. Y espero que muchos otros tampoco. Quiero poder escoger, quiero que no se valore más a los estúpidos que se hacen millonarios contando sus historias de cama que a los que se dejan el espinazo para sacar adelante una familia, quiero que no se ponga un precio a la cultura, que el arte, y no la basura, sea el pan nuestro de cada día, y sobre todo, quiero poder gritarlo a los cuatro vientos. No tener que resignarme porque no hay ninguna manera de cambiarlo.
Asi que...¿quién me vende un megáfono?
Historia, familia y lucha obrera
Hace 6 años