jueves, 19 de febrero de 2009

¿Quién me vende un megáfono?

Antes de nada, he de decir que no sé de donde sale esta entrada. Simplemente, me han entrado ganas de escribirla, aunque no tenga un motivo concreto.

Hace unos días, tuve una conversación con un amigo en un bar. La típica charla que mezcla algo de política, crisis, estado del trabajo, etc. En un momento determinado, se me cruzó un pensamiento al que no presté demasiada atención en aquel entonces: "¿cuántas veces he tenido una conversación parecida?".

Hoy, sin ningúna conexión, me ha vuelto ese pensamiento y se ha desarrollado él solo. Y se ha extendido a un "¿cuánta gente habrá tenido una conversación parecida?". Y me he puesto a darle vueltas al asunto.

Vivimos en una "sociedad" (palabra que desde siempre he considerado de por sí una trampa, una manera de difuminar el poco individualismo que pueda quedarnos) con la que poca gente está conforme. Podemos elegir, eso sí: vivir para trabajar, o trabajar para vivir. Sinceramente, no creo que ninguna sea la opción correcta. Ahora, por si acaso todo está muy bien controlado por un gobierno (da igual cual sea) en el que la norma es no hacer nada más allá de marear la perdiz, desviar la atención de los verdaderos problemas y que pasa el tiempo señalándo con el dedo a la oposición, que hace exactamente lo mismo. Miles de personas sin trabajo, buscando desesperadamente algo que hacer para poder ganar un poco de dinero, sin una situación estable y viviendo siempre al límite. Y los que tienen trabajo (la gran mayoría, al menos), escurriendo el bulto. Mentalidad de escoba para todos: barro el problema a la derecha, o a la izquierda. Y mientras tanto, todos como auténticas lumbreras pendientes del morbo fácil que nos regalan las maravillosas cadenas de televisión, sobre quién mató a quién, cómo, cuándo, por qué, y la raza del perro del vecino. O sobre quién se acostó con quién en dónde. Cobrando, por supuesto, una millonada por decir cuatro estupideces que el público aplaude como si su vida dependiese de ello. Tal vez hemos alcanzado un punto en el que su vida realmente depende de ello.

Pero lo más terrorífico del asunto es la pregunta que viene después: ¿Y qué le haces?

Con esta mecánica, en la que el dinero se queda con el dinero, con la gran masa embrutecida y estupidizada hasta límites insospechados y vergonzosos, y donde el poder mantiene el poder sin que nadie cuestione absolutamente nada, ¿qué haces si se te ocurre en algún momento preguntar por qué? De manera automática, te encojes de hombros.

Más allá de ideologías políticas o religiosas, de cruces, lunas, estrellas rojas y demás parafernalias, ¿cómo hemos podido llegar a algo así?. ¿Dónde me quejo, a quién?. No quiero esto. YO no, al menos. Y espero que muchos otros tampoco. Quiero poder escoger, quiero que no se valore más a los estúpidos que se hacen millonarios contando sus historias de cama que a los que se dejan el espinazo para sacar adelante una familia, quiero que no se ponga un precio a la cultura, que el arte, y no la basura, sea el pan nuestro de cada día, y sobre todo, quiero poder gritarlo a los cuatro vientos. No tener que resignarme porque no hay ninguna manera de cambiarlo.

Asi que...¿quién me vende un megáfono?

jueves, 12 de febrero de 2009

Un curioso caso de resurrección III

...

- ¡Por el amor de Dios Edward! ¡Eso es la cabeza de William! ¡¿Te has vuelto loco?!

- Efectivamente querida, es la cabeza de William. Y no, no me he vuelto loco.

- Pero..pero… ¡Edward!

. ¿Sí, “querida”?- de repente, otra inflexión en la voz del Doctor hizo estremecerse a Marian. Su respiración volvió a acelerarse, y comenzó a agitarse de nuevo.

- Haz el favor de soltarme. Por favor.

- Mucho me temo que eso no es posible...

- Edward, me estás asustando mucho. Dime que ocurre…

- Por supuesto, “querida”. Tienes todo el derecho del mundo a saber que pasa. Verás: a los tres días de tu marcha, golpeé sin querer el jarrón de porcelana que teníamos en el hall. Lo recuerdas, ¿verdad? El de las flores azules. Siento decirte que se hizo añicos contra el suelo…

De pronto la cara de Marian palideció en extremo, y sus labios comenzaron a temblar.

- Cuando me agaché a recoger los fragmentos, descubrí con sorpresa que en su interior había unos papeles enrollados. Obviamente, sabes que eran las cartas que William te escribía. Folio tras folio, fui leyendo cada una de las veces que me habíais engañado. Hasta entonces yo no había sospechado nada, veía perfectamente normal cada una de las veces que quedabas con él para tomar algo, ya que yo me hallaba inmerso en mis estudios. Leí vuestros planes de pasar una idílica semana en Dakar, aprovechando tu viaje. He de reconocer que lo hicisteis bien, conseguisteis mantenerme totalmente ajeno a vuestro juego. De hecho, de no ser por el desafortunado incidente del jarrón, seguramente nunca habría sabido nada, ya que tú perdiste la vida a los pocos días.

- ¡¿Has matado a William?!

- Por supuesto “querida”, pero no te preocupes. Nadie sospechará nada. William tenía un importante viaje a Dublín, pero decidió el último momento salir dos días más tarde para poder quedarse conmigo y acompañarme en mi duelo. Afortunadamente, no dijo nada a nadie, tan sólo avisó de que llegaría dos días tarde. Y para saciar tu curiosidad, he de decirte que sufrió enormemente antes de morir. – una sonrisa sádica se dibujo de golpe en su boca, como si de repente hubiese recordado aquellas escenas.

- ¡Edward, suéltame!¡Te has vuelto loco!¡Socorro!¡Que alguien me saque de aquí!

Sin previo aviso, el Doctor agarró a su mujer por el cuello, clavándole las uñas con fuerza en la garganta. Un gesto de desprecio apareció en su rostro.

- Grita cuanto quieras “querida”.- Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración desacompasada, su sudor frío, el miedo en sus ojos. - ¿Recuerdas aquella casita de campo que tenía mi tía en las afueras de Bexhill, aquella en la que pasamos un agradable fin de semana tú y yo? –con la mano libre, señaló el resto de la habitación- Nadie va a escucharte, mi amor. Además…¿es realmente un delito matar a un muerto?

Durante los cuatro días siguientes, el Doctor Anderson fue torturando meticulosamente a su mujer con una eficacia propia de un profesional. Realizó cortes de manera sistemática entre cada uno de sus dedos. Arrancó una por una las uñas de Marian, lentamente. Quemó diferentes partes de su cuerpo con el mechero Bunsen que tenía en su laboratorio. Se dedicó a escribir repetidas veces “hasta que la muerte nos separe” con un bisturí sobre la pálida piel de su amada. Partió con cuidado huesos, y desgarró músculos utilizando ganchos y otros utensilios de cirujano. Y fue cortando poco a poco pedazos de su cuerpo. Afortunadamente (o desafortunadamente, si hubiésemos tenido la oportunidad de preguntar a la pobre Marian), el Doctor disponía de las sustancias necesarias para mantener consciente en todo momento a su mujer. Sin anestesiar, por supuesto. Y para hacer honor a la verdad, aguantó mucho más de lo que él esperaba. Por suerte (o por desgracia).

A su regreso a Londres, todo el mundo encontró bastante mejorado al Doctor Anderson. Era un hombre fuerte, y aquellos días en el campo le habían hecho bien, era evidente. Además, dijo, su tía no tendría que preocuparse de pasar por allí en una buena temporada. Le había dejado una buena cantidad de comida a los perros.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Un curioso caso de resurrección II

...

Afortunadamente, el Doctor Anderson había tenido la precaución de atar fuertemente a Marian en la camilla para evitar problemas. La impresión de resucitar era un shock terrible, y era fácil que pudiese hacerse daño.

-¡Edward! – grito la mujer al ver a su marido frente a ella.- ¡Oh, Edward!¡Que terrorífico! ¡Estaba muerta!¡He estado muerta, Edward! ¿Cómo es posible que pueda verte ahora?

El Doctor hizo gestos para que se tranquilizase, se acercó y le acarició suavemente el pelo:

- Cálmate, querida. Sí, estabas muerta. Recordarás que enfermaste en tu viaje a la Guinea Francesa. Uno de los muchos brotes de fiebre que asolan el África Occidental. Cuando te trajeron de vuelta a Londres ya era demasiado tarde. Delirabas, y no pudimos hacer nada por tu vida. – Con calma, se colocó un cigarrillo en la boca, y lo prendió con un fósforo.

- Pero ¿y entonces? – volvió a preguntar Marian, desencajada. La visión de Edward parecía calmarla, pero a pesar de todo se agitaba violentamente.- ¿Qué ha ocurrido?

- Bueno, como sin duda recuerdas, te dije hace tiempo que trabajaba junto con mi íntimo amigo William en un importante estudio. Nunca prestaste demasiada atención, asi que nunca te dije de qué se trataba, pero el estudio tenía como base los trabajos de aquel loco que seguro recuerdas, un tal Frankenstein. Un hombre que dijo haber conseguido dar vida a un ser creado con partes de varios cadáveres. La mayoría de los científicos se tomaron esto como una broma, incluso como una ofensa, pero pronto el asunto quedó en el olvido. Dos años después de su muerte, tuve la suerte de hacerme con sus apuntes sobre el tema, y junto con William empezamos a trabajar. En seguida nos dimos cuenta de que, por muy irreal que pareciese, las anotaciones de Frankenstein tenían sentido, y tras un par de pruebas conseguimos resucitar a una rata. No creo que puedas imaginarte nuestra excitación en aquellos momentos, querida. Tras el primer éxito, fuimos haciendo pruebas, mejorando el sistema de Frankenstein hasta un grado mucho más elevado de lo que seguramente él se hubiese atrevido a soñar. Fue entonces cuando William decidió hacer un viaje a Senegal. Quería traer un par de especimenes raros para poder seguir nuestra investigación. Y a las dos semanas, tú te marchaste a Guinea, y volviste moribunda. Cuando te perdimos por completo, y sabiendo perfectamente que tus padres no accederían a que tratase de devolverte a la vida, tuve que apañármelas como pude para recuperar tu cuerpo. Asi que pedí que me dejasen a solas contigo antes de cerrar el ataúd, necesitaba despedirme. Te escondí en una alfombra enrollada, la alfombra persa que teníamos en el salón, esa que tanto te gustaba, y cerré el ataúd. Lo que he hecho ha sido utilizar mis conocimientos para devolverte a la vida, mi amor.- Edward exhaló una nube de humo lentamente.

- No sabes lo agradecida que te estoy, Edward querido…pero ¿estoy atada? ¿Por qué me has atado, Edward?

- Oh, eso. Era para evitar que te hicieses daño. El shock al despertar es intenso, como habrás podido comprobar.

- Tienes razón, desde luego. Pero ya puedes soltarme, querido. Tus palabras siempre consiguen tranquilizarme…

- Ahora mismo Marian. Voy a enseñarle a William “nuestro logro”.- dijo el Doctor, con un extraño tono en sus últimas palabras. Se dirigió a uno de los congeladores de la habitación, sacó una bolsa, y volvió frente a su mujer.

- Mira William.- dijo depositando la bolsa sobre la mesa. - ¿Qué te parece? Frankenstein tenía razón después de todo, ¿verdad?

Por segunda vez, un grito de Marian se elevó por encima del ruido de los truenos.

...

martes, 10 de febrero de 2009

Un curioso caso de resurrección I

Aquella noche, el Doctor Edward Anderson bajó al laboratorio con la excitación de quien se sabe cerca de terminar un trabajo importante. Había pasado la tarde nervioso, dando pequeños paseos continuamente, y pensando en qué haría una vez concluído todo. El propio clima parecía haberse hecho cargo de su estado de ánimo, cubriendo el cielo de un manto grisáceo que amenazaba tormenta, y poco a poco fue levantándose viento. A la hora de la cena, los primeros rayos rasgaron la noche, y comenzó a llover con fuerza.

Cuando hubo terminado de cenar, el Doctor se preparó como había hecho cada noche durante los últimos tres días. Se lavó minuciosamente las manos, y entró al laboratorio. La bombilla emitía un cono de luz amarillenta que parpadeaba como de costumbre, y el olor a formol inundaba la habitación. Los utensilios estaban perfectamente colocados en la mesa auxiliar. El escritorio estaba repleto de apuntes de su puño y letra, y había varios volúmenes y atlas de anatomía colocados en distintos lugares.

Realmente no es que el Doctor no hubiese podido trabajar durante las tardes, pero no le gustaba. Era un hombre taciturno, noctámbulo, y sólo se sentía inspirado arropado por la oscuridad de la noche, cuando las tinieblas tienden su dulce mano sobre el mundo. Y no quería cometer ningún error.

Respiró hondo. Esa noche acabaría todo, si no surgían complicaciones. Y sin perder más tiempo, comenzó a trabajar.

Las horas fueron sucediéndose lentamente, sacudidas de vez en cuando por el sonido de los truenos. A pesar de encontrarse en un sótano, se escuchaba perfectamente el ruido de la lluvia cayendo inclemente. Pero ninguno de estas circunstancias perturbaban en lo más mínimo la concentración de nuestro protagonista.

Aquella noche quedaba por hacer el trabajo más delicado: conectar la bobina Tesla al sistema nervioso. Había que hacerlo con exquisita precisión, cualquier error daría al traste con todo el esfuerzo anterior y no podía permitirse ese lujo. Asi que una vez hubo acabado, casi temblando de la emoción, se obligó a calmarse y repaso tres veces que todo fuese correcto antes de continuar. Efectivamente, parecía estar perfectamente colocado.

Se separó ligeramente de la mesa, cerró los ojos, y accionó la bobina.

A los dos segundos, un espeluznante grito femenino rasgaba la noche.

...

Políticamente correcto.

Después de pasar una de esas maravillosas noches a las que me estoy aficionando con más de 39º en el cuerpo, esta mañana me he decidido (por fin) a ir al médico.

Lo primero, papeleo por ser estudiante desplazado. Y luego a esperar.

Tras un rato creyendo que moriría allí, solo y abandonado, me ha atendido un médico muy majo. Veredicto: anginas.

Antes de nada. Como alguien diga: te lo dije, juro que le sacaré los intestinos con una cuchara de palo. Pero por las cuencas oculares.

Tal vez algunos recordéis el relato Espías, que es digamos..."interpretable de muchas maneras", cosa comprensible porque escribí el asunto con 39,5º estas Navidades. También por anginas. Es decir: en mis vacaciones de Navidad, tuve que pasarme seis días en cama y una semana tomando antibióticos . Y ahora, en mi semana de vacaciones después de exámenes (son "vacaciones", es que he acabado antes que la mayoría), lo mismo.

Pues bien, he decidido dejar de ser políticamente correcto, y voy a hacer algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.

Bacterias y bichos malignos del mundo: me cago en vuestros putos muertos.

lunes, 9 de febrero de 2009

Alea Jacta Est.

Lo que traducido viene a ser "Hala, ya te han jodido". Doy por concluído el estudio de la última asignatura de este cuatrimestre. Espero que la fiebre me ilumine...o algo.

jueves, 5 de febrero de 2009

Sonrío marejadas.

Hoy que no titilan las ideas
y brilla el brillo por su ausencia,
me he quedado sin ases
debajo de la manga del chaleco.
Me han dejado sin lo puesto,
y me han quitado lo bailao.
Con un matojo de nieblas
debajo del sombrero,
que el tiempo aspira lento,
como si tuviese tiempo.
Y sonrío marejadas,
más ligero de lo normal.
“Disfruta mientras puedas,
no eres más que un instante tras otro.”
Si las sombras de mi sombra,
se ponen de mi parte,
veremos qué gallo ríe el último,
y quién canta mejor.

domingo, 1 de febrero de 2009

Mentiras y secretos

Cuentan que ya no se escucha el olvido.
Que no hay más pieles que rascar.
Cuentan que los sueños nunca son serios.
Que los dragones de ahora son de goma,
que se esfuman con soplar.
Cuentan que ya no cuentan cuentos,
que no quedan lágrimas de las de verdad.

Y yo sólo cuento mentiras y secretos,
que son lo mismo.
Pero ellos nunca lo sabrán.