Mostrando entradas con la etiqueta Relato. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relato. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de marzo de 2009

Do the evolution

Advertencia: este relato puede ser algo fuerte. Si a pesar de todo quereis leerlo, os recomiendo que pongáis el vídeo y lo leáis con la música puesta. Y luego volved a ver el vídeo, no tiene desperdicio. Pearl Jam son unos genios, y la canción es adrenalina pura.


Alrededor del fuego, las sombras se movían en el mayor desorden imaginable. Miles de figuras se agitaban convulsionándose de maneras imposibles, mientras sus siluetas se fundían con el ensordecedor ruido y un olor a gasolina y carne quemada infectaba el lugar.

Ishmael seguía a aquellas figuras. Bailaba con rabia, con gozo, con el alma misma. Bailaba. Se descubría agitando los brazos descontroladamente, golpeando continuamente cuerpos en penumbra. No importaba. Era el caos.

Por un momento, se detuvo. ¿Qué era aquello? No podía recordarlo. Vamos, concéntrate. Imposible. Cerró los ojos, y algo le golpeó haciéndole tambalearse y avanzar varios metros. Concéntrate. Apretó los puños, y por fin acudieron a su encuentro ideas fugaces. No podía recordar el año. Dos mil trescientos algo. Tal vez trescientos cincuenta y siete. No importaba. Las cosas se habían complicado. Desde hacía tiempo el combustible se había convertido en el bien más preciado del planeta. El barril se pagaba a una millonada, y las multinacionales luchaban hasta la muerte, literalmente, por hacerse con el control de las pocas fuentes que quedaban. La educación religiosa que había recibido por la red lo corroboraba: El combustible es vida. Las reservas bajo los extintos casquetes polares se habían terminado tiempo atrás, se talaron las selvas en busca de carbón, gas, o algo que pudiese utilizarse como tal, pero sólo se pudo sacar provecho de la madera de los árboles. La energía nuclear estaba prohibida y penada con la muerte por la Religión, algo totalmente comprensible tras el desastre en Berlín. Casi todas las fábricas quebraron, manteniéndose a flote las compañías con mejor arsenal.

De repente, se escuchó una brutal explosión cerca de donde se encontraba, y en el cielo se levantó con furia una tremenda columna de fuego. Habían hecho explotar la refinería. Cientos de fragmentos metálicos cayeron aplastando unas cuantas docenas de cuerpos, acompañados de llamaradas. Los gritos y cánticos aumentaron en intensidad, mientras entre la muchedumbre corrían los individuos alcanzados por la explosión como antorchas endemoniadas. Frente a él fornicaban enloquecidos siete figuras con el cadáver de una vaca. Sin previo aviso, uno de ellos mordió a otro en el cuello, y tiró con rabia. Sus gritos se perdieron entre los de tantos otros, ahogados por la sangre de su aorta. ¿De donde habrán sacado una vaca?

Era cuestión de tiempo que se anunciase el final de las reservas a gran escala. Todas las programaciones se interrumpieron, y el canal religioso dio el parte con gran pompa y solemnidad: “Hermanos, la esperanza es lo último que se pierde. Y está cerca el momento”. De ninguna parte surgieron miles de reyertas y tumultos en las calles, y se declaró la ley marcial. Aquello no fue suficiente. Los cuarteles ardieron, los ejércitos fueron reducidos sin problemas dada la falta de combustible para artillería, y pronto el caos se hizo con el planeta entero. Todas las grandes ciudades estaban en llamas. La locura se extendió sin barrera alguna, trayendo consigo el desenfreno y la destrucción. La gente se inmolaba colectivamente en plazas y avenidas con la poca gasolina que guardaban, ayudando al fuego a propagarse. El escuadrón antiincendios no pudo hacer nada sin sus vehículos, y pronto los propios bomberos corrieron entre las llamas como el resto. La Gran Catedral del Gasoleo ardió hasta los cimientos en Nueva York. Honk Kong era cenizas. En las calles se agolpaban cuerpos mutilados como pilas funerarias. El humo se extendía triunfal sobre cualquier cielo posible.

De pronto, Ishmael notó un dolor agudo en la pierna derecha. Un hombre desnudo le clavaba las uñas, sonriendo con los ojos desencajados. Le vino a la cabeza la letra de una canción que había escuchado cuando era pequeño, en una de esas travesuras inconfesables. “It`s evolution, baby”. Ishmael le devolvió la sonrisa a aquel extraño, y le pisó la cabeza. Sorprendentemente, escuchó con toda claridad el ruido de su craneo al estallar contra el asfalto agrietado. Se subió al cuerpo, y empezó a saltar con todas su fuerzas hasta que encontró a una mujer que se arrastraba con las piernas totalmente quemadas. Se acercó a ella, y le susurró al oído. No temas. La esperanza es lo último que se pierde. Y está cerca el momento. Después la violó repetidas veces, sin prestar atención a los empujones y golpes que recibía de sombras que desaparecían al momento siguiente. A su izquierda, un cuerpo se estrelló contra el suelo, explotando como un globo y cubriéndole de sangre.

Se levantó y contempló a las miles de figuras bailar en medio de la ciudad en llamas. Vio a tres siluetas saltar cogidas de la mano a una hoguera, y seguir contorsionándose hasta que su forma dejó de ser reconocible. Sí, había llegado el momento. La evolución había ganado. El ser humano era el ser supremo, sin duda. Y con un grito que se elevó por encima del ruido reinante, se abalanzó corriendo hacia la muchedumbre, convirtiéndose en una sombra más.




Pearl Jam
"Do the evolution"

Woo..
I'm ahead, I'm a man
I'm the first mammal to wear pants, yeah
I'm at peace with my lust
I can kill 'cause in God I trust, yeah
It's evolution, baby

I'm at peace, I'm the man
Buying stocks on the day of the crash
On the loose, I'm a truck
All the rolling hills, I'll flatten 'em out, yeah
It's herd behavior, uh huh
It's evolution, baby

Admire me, admire my home
Admire my son, he's my clone
Yeah, yeah, yeah, yeah
This land is mine, this land is free
I'll do what I want but irresponsibly
It's evolution, baby

I'm a thief, I'm a liar
There's my church, I sing in the choir:
(hallelujah, hallelujah)

Admire me, admire my home
Admire my son, admire my clones
'Cause we know, appetite for a nightly feast
Those ignorant Indians got nothin' on me
Nothin', why?
Because... it's evolution, baby!

I am ahead, I am advanced
I am the first mammal to make plans, yeah
I crawled the earth, but now I'm higher
2010, watch it go to fire
It's evolution, baby
It's evolution, baby
Let's do the evolution
Come on, come on, come on

lunes, 29 de diciembre de 2008

Espías.

Las calles estaban teñidas de ese gris que inunda el mundo cuando llueve sin fuerza, con indiferencia. La gente andaba molesta, acelerada, intentando llegar pronto a su destino para refugiarse. Empezaba a anochecer, y las luces de los pocos coches que circulaban de un lado para otro salpicando a los viandantes se reflejaban en los charcos, dándole un aire irreal a la escena.

Nada me habría diferenciado del resto de gabardinas y sombreros que habitaban las aceras en aquellos momentos, de no ser por mi objetivo. Yo no trataba de llegar a un café para ponerme a salvo de la lluvia, ni volvía a casa de un duro día de trabajo. Yo tenía una misión que cumplir, algo importante. Mucho más importante que cualquier cosa que ellos pudiesen hacer. Tenía que darme prisa.

Atravesé con rapidez la calle, pisando un par de charcos que no parecieron inmutarse al verme pasar, y que volvieron rápidamente a su calma cuando hube alcanzado la otra acera. Mis calcetines, sin embargo, sí se vieron afectados por el encuentro, pero intenté no prestarle demasiada atención al asunto. Torcí en la segunda esquina, y me interné en aquel terrible bosque de paraguas y chubasqueros. Todo era gris, todos eran grises. Las voces, los gritos y los pitidos de los coches se entremezclaban, llenando el aire de una extraña pesadez. De fondo podía escuchar una sirena. A mi lado, una rechoncha señora trataba de llegar a la puerta de los grandes almacenes. Esquivé un paraguas que se dirigía peligrosamente hacia mi cara, e intenté salir de allí por todos los medios. Cuadré los hombros, hinché el pecho, y utilizando los codos fui avanzando como buenamente pude hasta el final de la avenida.

Una vez allí, todo fue más sencillo. Me interné en una estrecha calle secundaria, donde la pendiente creaba tres incómodos riachuelos, y seguí andando sin mucho problema. La zona estaba prácticamente desierta, y tan sólo un par de vagabundos y algún gato aparecían entre las sombras, desapareciendo al momento siguiente como una ilusión. Empezaba a hacer frío, y aceleré el paso hasta llegar al solar.

Allí, en la esquina, estaba ella. Mi objetivo. El tono gris dominante resaltaba el azul de sus ojos y el rojo de sus labios. Su pelo negro, muy corto, brillaba más que nunca empapado por la lluvia. Se apoyaba contra la pared con ese aire despreocupado suyo tan característico, sin prestarle atención a nada en concreto, ni siquiera a las gotas que hacía tiempo habían calado su abrigo beige.

Yo había quedado con ella para decirle algo que cambiaría su vida para siempre. Algo importante en extremo, que le daría un sentido diferente a absolutamente todo lo que había conocido y vivido. Necesitaba decírselo, era imprescindible que lo supiese.

Cuando me vio cubierto con mi sombrero viejo, esbozó una débil sonrisa, distraída. Obviamente ella no se imaginaba nada.

- Hey, hoy has llegado pronto. Raro en ti, normalmente…
-No hay tiempo – la corté.- Tengo que contarte algo.

Su expresión se modificó casi imperceptiblemente. Era como mirar un cuadro con el fondo descolorido, y donde sólo podías fijar la vista en un azul enfermizo y un rojo tentador.

Entonces ocurrió: justo en el momento en que iba a empezar a hablar, algo se movió tras ella. La agarré del brazo con fuerza y la aparté de los ladrillos. Poco a poco, comenzó a surgir una silueta de aquella pared, casi como un relieve. Aquello tenía la forma exacta de los espías de los dibujos animados, con una gabardina cuyas solapas cubrían toda su cara a excepción de dos ojos blancos con un diminuto punto negro en el centro, abrigados por el ala de un sombrero de gangster de los años treinta. Lo más inusual era, sin embargo, que la figura carecía de tres dimensiones, y parecía esbozada en un papel. Su ropa tenía el color de la pared de ladrillos. Nos había encontrado.

Cogí la mano de la chica y empecé a correr con todas mis fuerzas sin pensar en un lugar al que dirigirme. Ella seguía mi ritmo sin decir una palabra, como si se encontrase en estado de shock. Yo miraba en todas direcciones, buscando las calles menos transitadas para poder escapar, pero pronto me di cuenta de algo: daba igual a donde fuésemos. Aquellos espías surgían de las farolas, de contenedores de basura, aparecían de los graffitis, salían de los charcos, cada uno con un camuflaje diferente, y nos seguían sin problemas, como sábanas pasando rápidamente entre la multitud.

- ¡Corre! – grité.- ¡No deben cogernos, si nos cogen se acabó todo!

Ella no dijo nada, y me miró como si no entendiese. Tiré más fuerte de su mano, e hice un esfuerzo por aumentar la velocidad. Teníamos que llegar a mi casa a toda costa. No estábamos lejos, y con suerte podríamos aguantar el tiempo suficiente.

Giramos a la derecha, me llevé a un hombre con bastón por delante, y al fondo apareció mi portal. Ya casi estábamos, sólo un poco más…

Los espías nos seguían como sombras, sin hacer ningún ruido, y pasaban desapercibidos para el resto de la gente. Me abalancé frenéticamente sobre la puerta, intentando encajar la llave en la cerradura como loco. Se acercaban. Escuché un clic, y empujé con todas mis fuerzas. La chica entró sin pensarlo, y cerré tras de mi justo a tiempo de ver como uno de ellos, camuflado de paso de cebra, se estampaba contra el cristal.

- ¡Es el tercero! – y agarré de nuevo su mano.

Con el rabillo del ojo ví como del gotelé de la escalera se despegaban formas, como se levantaban siluetas de los escalones. Aun no nos habíamos librado de ellos. Con el corazón en un puño recorrimos los tres pisos, seguidos muy de cerca de aquellos espías que aun no se rendían.

Esta vez atiné a la primera, y la puerta se abrió sin problema. Cerré de golpe, y me apoyé contra la madera para recuperar el aliento. Estábamos a salvo. Por fin a salvo. Si nos hubiesen cogido…

En ese momento, escuché un pequeño suspiro tras de mi. Provenía de la chica. Me giré despacio, y no pude creer lo que vieron mis ojos: mi salón estaba inundado de ellos. Sentados en los sillones. Detrás de las lámparas. En las cortinas. Apoyados en las ventanas. Tumbados sobre la alfombra. Dentro de la televisión. En la librería...Nos habían atrapado.

Tened mucho cuidado. Hay espías en cada esquina.

--------------------------------------------------------------------------

Estaba escuchando esta canción de Coldplay (un grupo al que no había hecho caso nunca y que se ha convertido en uno de mis favoritos), viendo unas fotos en flickr, y me han entrado ganas de escribir. Aunque no tenga ningún sentido.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Un verdadero secreto

- “…los servicios sanitarios sólo pudieron certificar la muerte del joven, cuyo cadáver se encontraba…”-

Los dedos de Marina pulsaron el botón del televisor con una leve tensión contenida, como si no estuviese del todo segura de que aquel hombre de la pantalla fuese a desaparecer. Cuando todo quedó negro, una sensación de alivio recorrió su pequeño cuerpo.

- ¿Sabes? No lo entiendo – dijo la niña, dirigiéndose al aparato. – No sé por qué todo el mundo te mira, eres un aburrimiento. Siempre hablando, siempre. Sólo hablas. Nunca escuchas.

Lentamente, Marina se dió la vuelta con solemnidad, sintiendo que acababa de cumplir con su deber. Después de mirar su reflejo deformado en el picaporte (cosa que siempre le había hecho mucha gracia), salió del cuarto de estar despacio, sin hacer ruido. Ella nunca hacía ruido, y le molestaba mucho la gente que hablaba demasiado alto. Tal vez esto podía resultar algo extraño en una niña de siete años, pero eso le daba completamente igual.

El pasillo estaba inundado de esas pequeñas motas de polvo que salían a pasear por la tarde, cuando el sol entraba más anaranjado por las ventanas de la casa. De fondo podía escuchar a su madre regañando a su hermano Raúl por haberse comido unas galletas, pero no prestó demasiada atención. Siempre que veía aquellos puntos de luz flotando en el aire se esforzaba por no distraerse con nada más. Cerró los ojos, y avanzó rozando las paredes con la yema de los dedos para no perderse. Se imaginó en otro lugar, uno que sólo ella conocía. Se imaginó su olor dulce, el roce del viento, su sabor. Realmente, le habría encantado poder quedarse allí un buen rato, pero el pasillo se acabó pronto. Desde pequeña, Marina había sentido una profunda sensación de desarraigo (por increíble que parezca conocía esa palabra y otras más estrambóticas, como “estrambótico”, que era una de sus palabras favoritas). No sabía de donde venía, y además tenía la extraña certeza de que si le preguntaba a sus padres, ellos no le dirían la verdad.

Llegó a su habitación y cerró la puerta. Tampoco le gustaba dejar la puerta de su habitación abierta, aunque a su madre no le hacía mucha gracia. Sin perder un instante, pero siempre con los movimientos suaves propios de ella, se metió debajo de la cama, saludó a un par de muñecos que por algún motivo se encontraban allí, y sacó una pila de libros. Una de las mayores particularidades de Marina era su capacidad para leer: había aprendido con tan sólo cuatro años, y desde entonces no había parado. Empezó por los cuentos que tenía en casa, esos que generalmente se les lee a los niños antes de dormir. No le duraron mucho, y pronto pasó a leer libros un poco más avanzados, donde las historias tenían mucho más sentido. Pero al tiempo, empezó a coger, por pura curiosidad, alguno de los libros que tenían sus padres en el salón. No le asustaba el hecho de que un libro fuese gordo, o que tuviese que hacer un esfuerzo considerable para llevarlos hasta su habitación, donde los escondía meticulosamente para evitar que sus padres le dijesen que aquellos libros no eran ni mucho menos apropiados para su edad.

La mayor parte de las veces no entendía absolutamente nada de lo que leía, por lo que siempre tenía a mano un diccionario que había encontrado sobre la mesa del cuarto de estar un día por la mañana, y que sus padres estaban buscando desde entonces.

Como es de suponer, al escoger prácticamente al azar Marina había leído ya toda clase de libros, como La Isla del Tesoro, Marketing avanzado, Frankenstein, Sea feliz en diez pasos o Momo. Se había acostumbrado a que unas veces el libro la absorbiese totalmente, fascinándola y obligándola a dejar de pensar en el resto del mundo, y otras veces aquello fuese algo realmente aburrido, pero nunca había dejado uno sin terminar.

Sin embargo, y aunque pueda parecer extraño, los libros que más le gustaban no eran los que contaban una bonita historia de aventuras y acción. Eran entretenidos, desde luego, pero sólo eso. A ella le gustaban sobre todo los libros de una pequeña colección que habían comprado sus padres hacía años, una serie de volúmenes a modo de enciclopedia sobre Historia, Física, Bellas Artes,…había devorado con avidez la vida de los egipcios, se había sorprendido con todas esas cosas que no entendía sobre los átomos, y había aprendido encantada a qué se dedicaban las hormigas cuando estaban bajo tierra.

Hacía un par de días que había terminado Alguien Voló sobre el Nido del Cuco (“menuda panda de locos”, pensó al cerrar el libro), y se dijo a si misma que se merecía uno de aquellos volúmenes naranjas. Así que cogió uno al azar, y se sentó en su cama.

Siempre se sentaba de la misma manera y en el mismo lugar: un poco a la izquierda del centro, cruzando las piernas y apoyando la espalda ligeramente en un enorme cojín rojo. Colocó al Señor Orejas, su conejo de peluche, justo al lado, y respiró hondo. Le gustaba la sensación que tenía antes de empezar a leer algo nuevo, la incertidumbre de qué iba a encontrarse en esas páginas. Se retiró despacio un mechón castaño que cubría sus enormes ojos azules mientras se prometía a si misma “mañana mismo le cojo las tijeras a mamá y me corto el pelo”, y se preparó.

“Anatomía del cuerpo humano”, podía leerse en la tapa, con letras marrones algo desgastadas.

- Señor Orejas, presta mucha atención. – Y empezó a leer.

Marina se pasó toda la mañana y toda la tarde encerrada en su cuarto, sin ninguna distracción. Su madre debía de estar ocupada en una de esas limpiezas generales, porque no fue a obligarla en ningún momento a que saliera a jugar fuera, ni dijo nada cuando la niña fue directamente hacia su habitación después de comer. Cuando la llamaron a cenar, ya había leído las dos terceras partes del libro, incluyendo el capítulo “Reproducción”.

- Pues vaya. –se dijo.- ¿Eso es todo? ¿Para eso tanto secreto? Los adultos no tienen ni idea de lo que es un secreto…ya me gustaría a mí ver que cara pondrían si se enterasen de quién se comió realmente las galletas.

Y dejándose resbalar desde la cama al suelo, se dirigió a la cocina, sintiéndose un poquito (pero sólo un poquito) más segura.

sábado, 6 de septiembre de 2008

En mi lugar

Me encontraba en mi habitación un día como hoy (hoy, para ser sincero) dándole vueltas a un asunto que me quitaba el sueño desde hacía ya un tiempo. El ventilador de la lámpara giraba de manera hipnótica en el techo con un ruido bastante desagradable, y un cigarrillo se consumía despacio en el cenicero de propaganda que había robado de un bar. Aburrido, me asomé al espejo que colgaba en la pared. Para variar, mi reflejo me miraba desde el otro lado.

- ¿Qué harías tú en mi situación? – pregunté, por hacer algo.

- ¿Quieres decir que haría yo si fuera tú?

- Si, bueno. O que haría yo si fuera yo, viene a dar lo mismo.

Mi reflejo puso cara de circunstancias y empezamos a discutir posibles soluciones al problema. Tardamos bastante tiempo, pero al fin llegamos a una solución que me convenció.

- ¿Y tú que harías? – pregunté de nuevo, más tranquilo ahora que ya sabía como acabar con aquel desagradable asunto.

- Justo lo contrario.

- Hm…no creo que eso funcionase aquí.

- No, allí no, desde luego – dijo, mientras una sonrisa iba apareciendo en su rostro – pero aquí va a ir como la seda.

Acto seguido me guiñó un ojo y se dio la vuelta. Sacó un revolver y una cajetilla con las balas correspondientes de un cajón de la mesilla de noche, cargó el arma, y salió por la puerta, dejándome delante de un espejo totalmente inútil. Me encogí de hombros, cogí el revolver que guardaba en la mesilla de noche, lo cargué, y me dirigí a la puerta. Y es que a veces las mejores ideas, al igual que las peores, son las de uno mismo.