lunes, 3 de noviembre de 2008

Mucho polvo, por favor.

Hoy me he dado cuenta de algo raro en mi. Supongo que ha estado así mucho tiempo, pero no lo sabía.

Estaba mirando la televisión de mi piso compartido, apagada. Es la típica tele de piso compartido: sin mando, con un par de botones de menos, y las esquinas más negras de lo normal. La imagen baila cuando está encendida, y es complicado escuchar con claridad todas las palabras que deberían salir de ella. En definitiva, una televisión vieja.

Por norma general, nadie querría una tele así. Las televisiones de plasma son más grandes, se escuchan mejor, y son más bonitas. Más nuevas. Pero creo que yo no la cambiaría. Y no porque me guste esa televisión en concreto, porque de hecho no veo la televisión (y mucho menos desde que estoy aquí). Me pasa igual con los libros. Un libro nuevo puede llamarme la atención si he oído hablar de él, o si el argumento tiene buena pinta, pero nada más. Un libro antiguo me llama la atención porque si. No se explicar exactamente que es, pero desde pequeño me han gustado los libros antiguos. Tendría mi habitación llena de libros cubiertos de polvo, con hojas manchadas de café, esquinas dobladas o destrozadas, e incluso quemados o arrugados. Roídos por ratones.

La diferencia es simple y estúpida, pero es una diferencia. Lo estropeado, lo roto y rajado tiene una historia. Nadie pondría en su casa un cuadro con el lienzo roto, pero a mi no me importaría. Y si alguien lo mirase, pensaría que estoy loco. "Está roto, ¿por qué lo has colgado?".

"Pues porque lo rompí yo". "O ella". "O se me cayó al traerlo aquí". "O me enfadé y lo rajé con el cuchillo jamonero".

El cuadro puede ser precioso, tener unos colores que te hagan temblar, o una composición digna de el mayor artista del mundo, pero no será diferente del resto de las obras de arte, excepto para el pintor, que sabe exáctamente lo que significa. Ya no hablemos de un mp3, o de un CD, o un televisor nuevo, que se montan pieza a pieza idénticamente iguales, a millares. Sin embargo, segurísimo que no hay una televisión igual que la de mi piso. Tiene una historia que no conozco, el rayón de la esquina derecha lo hizo alguien sin querer, o queriendo, y dejó una marca. Y cuando se cayeron los botones, seguro que quién lo pulsó por última vez se rió a carcajada limpia, o se enfadó porque la tele empezaba a estar vieja.

Me gustan los rayones de mi mp3. Y abrir un libro y encontrar anotaciones que no entiendo en los márgenes. Y encontrar una caja cubierta de polvo en el desván de alguna casa que no es mía (o en la mía).

Ojalá hubiese más cosas viejas, y más polvo en el mundo.

9 comentarios:

  1. Lo mejor de todo es recuperar algo viejo pero propio, y ver las reflexiones hechas unos cuantos años antes acerca de ese algo. Yo normalmente encuentro libros, pero a veces releo cartas, notas, incluso borradores de exámenes... y por un momento siento que soy capaz de viajar en el tiempo :)

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  2. Estoy de acuerdo en que ciertas cosas ganas con el tiempo, que son intrigantes esas marcas que le ha dejado el uso...

    Eso sí, mi mp3 inmaculado lo quiero ver!!!

    Una cosa es que las cosas se van viejas por el uso, y otra que estén estropeadas por haberlas maltratado, eso sí que no me mola...

    saludos

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  3. Barbija: gracias, sólo una friki podría darse cuenta ;)

    Paraisosdesiertos: tienes toda la razón, y a eso me refiero. Al fin y al cabo, el tiempo no es más que una impresión nuestra...

    Una más de la bollosfera: tampoco digo que haya que ir dándole machetazos a todo (aunque sería interesante). Desde luego no me voy a poner a jugar a la petanca cuesta arriba con mi móvil, pero a mi siempre me ha parecido gracioso el tema de los móviles con botones pegados con chicle, o envueltos en celofán para que no se caiga la tapa (tendrías que haber visto mi antiguo móvil...)

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  4. A mí sólo me pasa con los zapatos... Todo lo demás me gusta nuevecito del paquete.

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  5. En el fondo, estás hecho un tierno. Qué rico.

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