lunes, 29 de diciembre de 2008

Espías.

Las calles estaban teñidas de ese gris que inunda el mundo cuando llueve sin fuerza, con indiferencia. La gente andaba molesta, acelerada, intentando llegar pronto a su destino para refugiarse. Empezaba a anochecer, y las luces de los pocos coches que circulaban de un lado para otro salpicando a los viandantes se reflejaban en los charcos, dándole un aire irreal a la escena.

Nada me habría diferenciado del resto de gabardinas y sombreros que habitaban las aceras en aquellos momentos, de no ser por mi objetivo. Yo no trataba de llegar a un café para ponerme a salvo de la lluvia, ni volvía a casa de un duro día de trabajo. Yo tenía una misión que cumplir, algo importante. Mucho más importante que cualquier cosa que ellos pudiesen hacer. Tenía que darme prisa.

Atravesé con rapidez la calle, pisando un par de charcos que no parecieron inmutarse al verme pasar, y que volvieron rápidamente a su calma cuando hube alcanzado la otra acera. Mis calcetines, sin embargo, sí se vieron afectados por el encuentro, pero intenté no prestarle demasiada atención al asunto. Torcí en la segunda esquina, y me interné en aquel terrible bosque de paraguas y chubasqueros. Todo era gris, todos eran grises. Las voces, los gritos y los pitidos de los coches se entremezclaban, llenando el aire de una extraña pesadez. De fondo podía escuchar una sirena. A mi lado, una rechoncha señora trataba de llegar a la puerta de los grandes almacenes. Esquivé un paraguas que se dirigía peligrosamente hacia mi cara, e intenté salir de allí por todos los medios. Cuadré los hombros, hinché el pecho, y utilizando los codos fui avanzando como buenamente pude hasta el final de la avenida.

Una vez allí, todo fue más sencillo. Me interné en una estrecha calle secundaria, donde la pendiente creaba tres incómodos riachuelos, y seguí andando sin mucho problema. La zona estaba prácticamente desierta, y tan sólo un par de vagabundos y algún gato aparecían entre las sombras, desapareciendo al momento siguiente como una ilusión. Empezaba a hacer frío, y aceleré el paso hasta llegar al solar.

Allí, en la esquina, estaba ella. Mi objetivo. El tono gris dominante resaltaba el azul de sus ojos y el rojo de sus labios. Su pelo negro, muy corto, brillaba más que nunca empapado por la lluvia. Se apoyaba contra la pared con ese aire despreocupado suyo tan característico, sin prestarle atención a nada en concreto, ni siquiera a las gotas que hacía tiempo habían calado su abrigo beige.

Yo había quedado con ella para decirle algo que cambiaría su vida para siempre. Algo importante en extremo, que le daría un sentido diferente a absolutamente todo lo que había conocido y vivido. Necesitaba decírselo, era imprescindible que lo supiese.

Cuando me vio cubierto con mi sombrero viejo, esbozó una débil sonrisa, distraída. Obviamente ella no se imaginaba nada.

- Hey, hoy has llegado pronto. Raro en ti, normalmente…
-No hay tiempo – la corté.- Tengo que contarte algo.

Su expresión se modificó casi imperceptiblemente. Era como mirar un cuadro con el fondo descolorido, y donde sólo podías fijar la vista en un azul enfermizo y un rojo tentador.

Entonces ocurrió: justo en el momento en que iba a empezar a hablar, algo se movió tras ella. La agarré del brazo con fuerza y la aparté de los ladrillos. Poco a poco, comenzó a surgir una silueta de aquella pared, casi como un relieve. Aquello tenía la forma exacta de los espías de los dibujos animados, con una gabardina cuyas solapas cubrían toda su cara a excepción de dos ojos blancos con un diminuto punto negro en el centro, abrigados por el ala de un sombrero de gangster de los años treinta. Lo más inusual era, sin embargo, que la figura carecía de tres dimensiones, y parecía esbozada en un papel. Su ropa tenía el color de la pared de ladrillos. Nos había encontrado.

Cogí la mano de la chica y empecé a correr con todas mis fuerzas sin pensar en un lugar al que dirigirme. Ella seguía mi ritmo sin decir una palabra, como si se encontrase en estado de shock. Yo miraba en todas direcciones, buscando las calles menos transitadas para poder escapar, pero pronto me di cuenta de algo: daba igual a donde fuésemos. Aquellos espías surgían de las farolas, de contenedores de basura, aparecían de los graffitis, salían de los charcos, cada uno con un camuflaje diferente, y nos seguían sin problemas, como sábanas pasando rápidamente entre la multitud.

- ¡Corre! – grité.- ¡No deben cogernos, si nos cogen se acabó todo!

Ella no dijo nada, y me miró como si no entendiese. Tiré más fuerte de su mano, e hice un esfuerzo por aumentar la velocidad. Teníamos que llegar a mi casa a toda costa. No estábamos lejos, y con suerte podríamos aguantar el tiempo suficiente.

Giramos a la derecha, me llevé a un hombre con bastón por delante, y al fondo apareció mi portal. Ya casi estábamos, sólo un poco más…

Los espías nos seguían como sombras, sin hacer ningún ruido, y pasaban desapercibidos para el resto de la gente. Me abalancé frenéticamente sobre la puerta, intentando encajar la llave en la cerradura como loco. Se acercaban. Escuché un clic, y empujé con todas mis fuerzas. La chica entró sin pensarlo, y cerré tras de mi justo a tiempo de ver como uno de ellos, camuflado de paso de cebra, se estampaba contra el cristal.

- ¡Es el tercero! – y agarré de nuevo su mano.

Con el rabillo del ojo ví como del gotelé de la escalera se despegaban formas, como se levantaban siluetas de los escalones. Aun no nos habíamos librado de ellos. Con el corazón en un puño recorrimos los tres pisos, seguidos muy de cerca de aquellos espías que aun no se rendían.

Esta vez atiné a la primera, y la puerta se abrió sin problema. Cerré de golpe, y me apoyé contra la madera para recuperar el aliento. Estábamos a salvo. Por fin a salvo. Si nos hubiesen cogido…

En ese momento, escuché un pequeño suspiro tras de mi. Provenía de la chica. Me giré despacio, y no pude creer lo que vieron mis ojos: mi salón estaba inundado de ellos. Sentados en los sillones. Detrás de las lámparas. En las cortinas. Apoyados en las ventanas. Tumbados sobre la alfombra. Dentro de la televisión. En la librería...Nos habían atrapado.

Tened mucho cuidado. Hay espías en cada esquina.

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Estaba escuchando esta canción de Coldplay (un grupo al que no había hecho caso nunca y que se ha convertido en uno de mis favoritos), viendo unas fotos en flickr, y me han entrado ganas de escribir. Aunque no tenga ningún sentido.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Smells like Hawaii spirit

Ya que Jez me regaló dos canciones por Navidad, le devuelvo el gesto. Y como imagino que alucinaréis, al resto también.

martes, 23 de diciembre de 2008

Motivaciones

El conocimiento es poder.
El poder corrompe.




Estudia mucho. Sé malo.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Replicantes

"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir."
Roy Batty, replicante. Blade Runner.


Hace unos días, tuve que hacer un trabajo para robótica. El tema que yo elegí fue: Robots exploradores en el espacio, y el profesor nos pidió que lo entregásemos en html para poder colgarlo en internet y permitir así que los alumnos nos votásemos entre nosotros (y de paso, ahorrarse el trabajo de leerlos/corregirlos él). Hay un poco de todo, pero entre exoesqueltos, micro-robots y cosas por el estilo, he encontrado uno sobre robots replicantes. He de decir que el trabajo está bastante flojo, sin datos suficientes y explicado muy por encima, pero me despertó la curiosidad, asi que me puse a buscar un poco más de información.

Seguramente muchos habréis visto Blade Runner de Ridley Scott, una adaptación genial del libro "Do Androids Dream of Electric Sheep?" ("Sueñan los androides con ovejas eléctricas"?", por Phillip K. Dick (quien tenía sueños rarísimos, veía visiones, y además era un genio genial). En esta película, los replicantes son robots que han sido fabricados tan idénticos a los humanos que resulta imposible distinguirlos ni física ni psicológicamente. En la novela, para distinguirlos de los humanos se les aplica un test de empatía llamado test Voight Kampf, ya que los replicantes no son capaces de ponerse en el lugar de otro replicante o un humano. En la película, por contra, se utiliza el test de Voight Kampf esperándose resultados inversos: como los replicantes son "máquinas", no son capaces de entender la "no ética" que va creándose en los seres humanos a medida que van viviendo (fobias, manías,...), de modo que siempre darán una respuesta moralmente correcta a cualquier situación hipotética.

Muy bien, ciencia ficción. Ahora...¿qué tiene esto de real?

A grandes rasgos, un replicante (no necesariamente un robot) es algo capaz de fabricar un individuo igual a él, que tendrá también la facultad de seguir creando individuos similares. Sin ir más lejos, las células son organismos replicantes.

Hasta aquí, todo normal. Sin embargo, en 1934, al matemático y físico John Von Neumann se le ocurre la "máquina de Von Neumann". Una máquina con la capacidad de fabricar réplicas de ella misma. Dicha máquina necesitaría tres elementos clave. Primeramente, una sección que controlase la la utilización de energía y materiales pasa el propio individuo. Después, un sistema que controlase la replicación, que fabricase las copias. Y por último, un software que controlase todo el proceso y además contuviese las órdenes para la réplica creada (sería equivalente al genoma humano).

Y con todo esto, ya la tenemos bien liada. Imaginad la cantidad de situaciones que pueden generarse. Por poner un ejemplo, suponed que queremos extraer minerales de un planeta. Una opción es la de enviar un robot allí, sacar el material, y traerlo de vuelta. Pero ¿que ocurre si llevamos un robot replicante? Perderíamos parte del material, que se invertiría en la creación de nuevos robots...y sin embargo, cuando se alcanzase la décima generación, habría más de mil replicantes sobre la superficie de ese planeta. Como suponeis, el ahorro de tiempo sería enorme. Y si encima las réplicas están programadas para pasar a otro planeta cuando los recursos se agotasen, pues podemos tumbarnos tranquilamente a ver como un ejército de máquinas autoreplicantes van extendiéndose por doquier.

Hoy en día, por supuesto, la tecnología no ha alcanzado un nivel suficiente como para crear un robot replicante. Sin embargo, la idea ya esta muy extendida. Por poner un ejemplo, muchos virus informáticos funcionan de esta manera, infectando gran cantidad de ordenadores en pocas horas.

Por último, como cualquier idea de este calibre, todo esto puede llevarse mucho más allá. Al igual que existe el proyecto SETI (búsqueda de señales extraterreste en el espectro electromagnético), se ha creado un proyecto paralelo llamado SETA (que en principio no tiene nada que ver con drogas), centrado en la búsqueda de máquinas extraterrestres. Matemáticamente puede demostrarse que con replicantes, la Vía Láctea sería explorada en aproximadamente doscientos millones de años, lo que en tiempos universales es más bien poco (y sin utilizar naves que alcanzasen velocidades relativistas). Más aun, si el software sufriese, por algún motivo, modificaciones aleatorias, dichas máquinas podrían verse sometidas a la evolución. Incluso algunos se atreven a insinuar que el cinturón de asteroides del Sistema Solar no es más que los restos de un planeta destruído para obtener sus recursos.

Bien pensado...¿no tenemos nosotros pinta de máquinas de Von Neumann evolucionadas?